Publicado en el nº179 de la revista Bonart, agosto-octubre 2017.
Silvia y Jordi son la pareja profesional perfecta. Él, historiador del arte. Ella, formada en la Escuela Llotja. Él, reservado y prudente. Ella, decidida y vital. Él, el director. Ella, la codirectora. Ambos, inteligentes, trabajadores y entusiastas.
La ciudad condal se encontraba sumergida en plenas Olimpiadas cuando, Jordi Barnadas, un joven que aún no había terminado la carrera, decidió abrir una tienda de pósteres y obra gráfica. Pronto se unió Silvia Vila, y con ella el proyecto tomó un nuevo rumbo. Empezaron a trabajar con artistas tan jóvenes como ellos, pintores que apenas arrancaban y en los que confiaban ciegamente. ¿Porqué? Les gustaba el trabajo que hacían. Y parece que les funcionó. Desde 1995 participan en ferias de arte en Barcelona y Madrid y desde 2000 en ferias de arte de ámbito europeo en Francia, Italia y Bélgica. Hace cuatro años iniciaron una aventura asiática que continúa metamorfoseada en galería pop-up con sede en Singapur. Tener un pie en Oriente les permite participar en ferias en la India, Malasia, Corea o Hong Kong.
Este año, la Galería Jordi Barnadas ha llegado al cuarto de siglo y para celebrarlo ha preparado una muestra colectiva donde los protagonistas han sido sus artistas y sus obras. Didier Lourenço muestra mujeres brancusianas de colores tierra y vestidos que se confunden con las paredes. Gabriel Schmitz, rostros borrosamente melancólicos; Miguel Olivares, turistas rasgados; Jordi Pintó, paisajes urbanos de colores exaltados y estética naïf; Manel Castro, gentlemen que temen perder el sombrero. También obras de Fernando Adam, Fernando Alday, Cristina Blanch, Alejandra Caballero, Àlvar Farré, Marc Figueras, Abel Florido, Vanessa Linares, Joan Longas, Marc Jesús, los hermanos Moscardó, Maria Perelló, Rafael Romero y Leo Wellmer. Un total de 40 obras y veinte artistas que testimonian el talante y la trayectoria de una galería que se ha desarrollado al margen de las corrientes y dogmas que han definido buena parte del panorama catalán de las últimas décadas.
El resultado es un proyecto coherente e identificable. Una apuesta firme por lo que ellos sienten y entienden. La de Jordi es una posición crítica, a contracorriente. Él es consciente y no se esconde. Lo tiene muy claro: su campo es la pintura figurativa, el neorrealismo, la neoil·lustración. «Hay una política cultural para todos» – defiende firmemente Jordi – «no sólo para ricos y / o snobs». Por ello, a los veteranos Manuel de Castro (con quienes trabajan desde el año que abrieron), Didier Lourenço (desde dos años más tarde) o Gabriel Schmitz (desde 1998) se han incorporado más recientemente las casas solitarias de Mónica Dixon, las elegantes figuras entre Tamara de Lempicka y Georges Seurat de Fabio Hurtado, los objetos hiperrealistas de Javier Banegas o el perro de reminisicencias goyescas que se ha escapado a México para visitar la Casa Barragán de Maise Corral.
«Sin teoría, no puedo ver una pintura» escribió Hilton Kramer en defensa de un arte donde primaba el concepto. Aquella misma pintura que Tom Wolfe llamó despectivamente Painted Word ( «Palabra pintada») por considerar que esta tendencia la había reducido a mera ilustración. Como Wolfe, o más recientemente Avelina Lésper, Jordi apuesta por un arte que no necesita textos que la acompañen. «Una obra que contiene teorías es como un objeto al que se ha dejado la etiqueta del precio» decía Proust.
En la imagen, exposición colectiva conmemorativa de los 25 años.