Publicado en el nº179 de la revista Bonart, agosto-octubre 2017.
Luis XIV yace en el suelo moribundo. El vemos desde una balustrada. Parece un insecto. Una luz roja, como un apocalíptico astro, tiñe la escena. Alrededor, algunas medicinas paliativas y cuatro galletas para endulzar su muerte.
Este es el cuadro viviente que tuvo lugar en la galería Graça Brandão el pasado mes de enero. Fueron cinco días consecutivos durante los cuales Lluís Serrat -Sancho en Honor de caballería o Pompeu de Historia de mi muerte– se convirtió en un Rey Sol de ADN bañolense y savoir faire asilvestrado. Ahora, con el material registrado, Albert Serra prepara un proyecto inédito que presentará el próximo otoño en la Fundación Lluís Coromina de Banyoles en el marco de las celebraciones del décimo aniversario de la institución.
El affaire de Albert Serra con este personaje regio sansimoniano remonta a un proyecto frustrado para el Centro Pompidou: una performance con un Luis «El Grande» a punto de expirar. El actor Jean-Pierre Léaud, conocido por sus colaboraciones con François Truffaut y Jean-Luc Godard, recrearía durante quince días consecutivos la agonía del monarca encerrado en una gran urna de cristal colocada en el centro del museo, en paralelo a la retrospectiva que en 2013 dedicaba este centro parisino al cineasta de Banyoles.
Si bien la idea no salió adelante por problemas presupuestarios, Serra no la desestimó y metamorfoseó aquella futurible performance en la galardonada La muerte de Luis XIV. Era su cuarta película. Léaud se convirtió en un soberano maloliente, rodeado de siervos que lo adulan y médicos idiotas que no pueden hacer nada para evitar que la putrefacta pierna envenene su sangre azul hasta la sepsis letal.
El año pasado, aún con aquella primigenia idea performativa en la cabeza, Serra recibió el encargo de la galería portuguesa: un propietario en crisis existencial le dio libertad total. Así, surgió la performance en la galería lisboeta Graça Brandão, nacida de la fusión de las galerías João Graça (inaugurada en Lisboa en 1991) y de Canvas (abierta a Oporto en 1996). Esta vez sin Léaud sino con un actor «de los suyos».
Durante la performance, Lluis Serrat estuvo solo e incomunicado, in situ no recibió ninguna información sobre cómo proceder, simplemente recibía indicaciones someras antes y después de cada intervención. Sin reloj, pasaba las cuatro horas que duraba la actuación sumergido en un presente absoluto que lo enfrentaba a la experiencia agónica del paso del tiempo, un presente insoportable parado en un aquí y ahora perpetuos. «La suya es una presencia pura que no remite a nada más que a ella misma» -explica Albert Serra fascinado-, estaba completamente inmerso en la «inconsciencia total de no vehicular nada». No había representación, sólo presentación.
Como el poeta nietzscheano que observa envidioso un rebaño, este réquiem al Rey Sol revelaba una existencia pura similar a la de la bestia o la del niño que chocaba con la artificiosidad del contexto. De esta manera se creó una paradoja que basculaba entre lo hiperconcreto (la presencia absoluta del actor) y lo hiperabstracto (el significado último de la escena). No observamos la muerte de un rey sino un animal sometido a un deceso ralentizado, un ser desprovisto de todo que se apaga a ritmo de adagio. Suspendido en la atemporalidad del presente continuo se convierte en un ser ahistórico que se nos hace absolutamente presente. El Luis XIV de Albert Serra ya no es un personaje histórico, está más allá.
Así, después de un primer proyecto performativo que como no vio la luz acabó por convertirse en película, Serra recuperó la idea original y realizó una performance en una galería portuguesa. Ahora, con el material registrado durante la performance, está montando una película que presentará en primicia en la Fundación Coromina, centro que acoge el laboratorio creativo donde hay alojada su productora cinematográfica Andergraun Films. No es baladí. Lluís Coromina fue el primero en confiar en un Albert Serra aún desconocido. Después de visualizar su ópera prima Crespià dio cinco millones de pesetas.
Inmerso aún en plena edición, Serra explica que, como Los tres cerditos, la pieza de 120 horas de duración que presentó en la Documenta de Kassel, será la obra filmada que más se acercará a la performance, a la presencia directa no manipulada . Por ello, no será una película como tal sino el resultado de editar un material nacido como documento y recogido sin ningún propósito concreto. Con el montaje, sin embargo, surgirá inevitablemente una dramaturgia. Las imágenes grabadas se ordenan siguiendo una lógica que acaba creando un corpus coherente que va más allá del mero valor testimonial. Sin embargo, «debe mantenerse en la ambigüedad entre el documento y la película», el efecto que desprenda la película debe ser similar al de la performance.
Sin embargo, performance y cine proponen dos experiencias diferentes. Por un lado -como el mismo Sierra reconoce- la pantalla magnifica algunos aspectos que en directo no se apreciaban. Por otro, algunos matices son imperceptibles para la cámara. Si los espectadores a Graça Brandão eran como niños que observan con curiosidad los torpes movimientos de los gusanos de seda guardados celosamente en una caja de zapatos blanca, la película presentada en Banyoles nos convertirá en entomólogos que diseccionan coleópteros a través del microscopio.
En la imagen, performance «Roi Soleil» en la Galeria Graça Brandao. Foto: Albert Serra.