Publicado en el nº1 de la revista [Ut] Essencial Empordà, verano 2015.
De padre catalán y madre mexicana, Gino Rubert (Ciudad de México, 1969) es un artista visual y escritor. Con un imaginario propio cargado de ironía y erotismo, sus obras revelan un cosmos particular tan bello como siniestro que explora de manera casi obsesiva el mundo sentimental y social que nos rodea.
Acabas de llegar de México, dónde has pasado tres meses, en breve viajas a Berlín, ahora estás instalado en San Martín de Ampurias y tienes un piso en Barcelona…
Ciertamente tiendo a la vida nómada. Me gusta moverme, desinstalarme de un lugar o contexto e instalarme en otro distinto. Cambiar de lengua, de luz, de vida social… es muy estimulante. No tanto para ver cosas “diferentes”, que también, como para mirar las geografías y personas de siempre con ojos nuevos.
¿Y qué papel juega el Ampurdán en tu mapa?
Es dónde he veraneado toda mi vida y dónde vivía y aún vive buena parte de mi familia paterna. Un territorio que no he descubierto sino que me ha configurado. También ha sido el lugar amable al que volver después de los viajes. Inevitablemente, se ha convertido en un paisaje común en muchas de mis pinturas. Son horizontes, colores, atmósferas que surgen más por defecto que por elección.
Y México, tu familia materna. ¿Allí se gestó la exposición “Ex-voto”, que hace un año presentaste en la galería SENDA?
¡Efectivamente! Volví después de diez años para una estancia de dos meses. Fue un dulce reencuentro con aromas, sabores, espacios y personas. ¡La exposición acabó siendo una aventura catártica! El ilustrador frustrado, el escritor novel, el niño beato, el mexicano gachupín, el escultor povera, el voyeur… todo eso que también soy junto y bien revuelto.
Apio, Notas caninas, tu primera novela, recibió muy buenas críticas ¿Habrá segunda parte?
No lo creo. Me parece que mi próximo libro será más bien una recopilación de cuentos cortos.
Mucha gente te conoce por ser el autor de las portadas de la trilogía Millennium de Stieg Larsson. ¿Hubo un antes y un después?
No han sido especialmente relevantes en mi carrera… pero me sirven para explicar qué es lo que pinto cuando me pregunta la peluquera o el tipo de al lado en el avión.
En tus pinturas, utilizas una técnica de collage muy particular, insertas fotografías y otros materiales como telas, plásticos, cabello u hologramas a un lenguaje pictórico figurativo.
A veces me siento como un extraño director de teatro. Los personajes retratados en las fotografías son actores que visto y ubico siguiendo un guión que me dictan más las vísceras que la razón. Me siento satisfecho cuando las imágenes finalmente sugieren más que narran.
Una vuelta de tuerca dónde fotografía y pintura, realidad y ficción, muchas veces se confunden.
¡Exacto! Me encanta que la gente quiera tocar mis cuadros para entender lo que están viendo, crear la ilusión de espacio y acción dónde no los hay. De ahí el gusto por usar todos esos objetos reales de los que hablas.
¿Cómo llegas a esta técnica de collage tan depurada y efectiva?
Poco a poco: unos retratos de los años cuarenta que encontré abandonados en Piazza del Popolo una noche de borrachera, algunos trucos sobre como aplicar la pintura acrílica que me enseñó el amigo y pintor José de León, la peluca que una exnovia se dejó olvidada en el fondo de algún cajón…
¿Y la última adquisición?
Unos hologramas de los años sesenta con imágenes del D.F. que encontré en el mercado de la Lagunilla y unas postales vintage con señoritas de colores que compré el pasado domingo en el Mercado de San Antonio de Barcelona.
Tres adjetivos que describan tu trabajo.
¡Bueno, bonito y barato!