Publicado en Núvol, diari digital de cultura.
David Ostrowski (1981, Colonia) presenta en la Blueproject Foundation su primera muestra individual en España. A juzgar por lo que he visto, no me preocuparía si también es la última. Titular una exposición Bei mir geht se in den keller hoch ya es toda una declaración de intenciones. Seguramente porque no tiene nada que decir. Por eso cita Barthes … pero no cuela.
La obra pictórica de Ostrowski «se aproxima fuertemente a la idea de este tipo de punto cero, a la vez que nos recuerda la imposibilidad de llegar realmente allí», explica Daniel Schreiber en la hoja de sala en alusión al teórico francés Roland Barthes. Justificar la práctica artística a partir de Foucault, Deleuze, Benjamin, Barthes o cualquiera de los pater familias del pensamiento contemporáneo ni la legitima, ni valida ni la convierte en relevante. Es un simple magister dixit: citar grandes pensadores cuando no se sabe pensar.
El artista alemán ha preparado para su puesta de largo una instalación site-specific que sitúa todas las obras en relación a una peana de unos 40 cm de alto. En medio, cuelgan de hilos de pescar cuadros que se tocan por la parte posterior. Sobre la peana encontramos catálogos y carteles. También una conversación de wassap enmarcada. En cuanto a las pinturas, son grandes lienzos en blanco con cuatro tachones de aerosol y algún elemento de collage.
Al trabajo de Ostrowski le falta inteligencia y emoción. En la era del entretenimiento podríamos perdonarle la ausencia de la primera, pero lo peor es la sensación de dejà vu a million times. Obras como la que vemos en la Blueproject Foundation alimentan un arte pseudo-conceptual que no existe sin una exégesis, un arte wannabe que formalmente colinda peligrosamente con el escaparatismo y que pide un ejercicio de fe. No es lo mismo performar la teoría que utilizarla como propaganda.
Suerte tenemos una vez atravesado este viacrucis llegamos al Salotto, donde nos espera la obra sutil y poética del mexicano Jose Dávila (Guadalajara, 1974).
Con Aporia I, II, III y IV llega al perfecto equilibrio entre las aportaciones del minimalismo, la Escuela de la Bauhaus o el constructivismo ruso y un lenguaje propio / genuino. La verticalidad de Donald Judd, el interés por los colores de Josef Albers, el ritmo inestable de Hélio Oiticica o el ensamblaje de materiales sin adulterar de Kurt Schwitters responden a unas mismas inquietudes que acercan el artista al arquitecto.
El trabajo escultórico de Dávila muestra una naturaleza domesticada en precario estado de reposo. Es la tensa calma de funambulista que crea incertidumbre: un «juego entre las luchas universales de la humanidad contra la gravedad» -como explica el artista. El suspenso «es esencialmente un proceso emocional» creía Hitchcock.
En Every Blind Wondering ends in a Circle, cuatro monolitos de piedra y vidrio tintado conforman un bosque de arquitecturas totémicas que como anti-torres de Babel crean un paisaje de materiales extraños obligados a entenderse. Fragmentos de mármol, granito, travertino o roca volcánica atrapan rectángulos transparentes en negro o amarillo. El vidrio, pantalla plana camaleónica siempre receptiva al entorno, nos devuelve nuestra efigie convertida en fantasma translúcido. Nosotros, inevitables narcisos transformados en espejismos sostenidos por lápidas, quedamos atrapados por este «yo» reflejado. Las esculturas de Dávila ya no son objetos sino eventos.