Charla publicada en la revista Preocupaciones

 

_Marina Canela, Turismo en inglés en la Universidad Autónoma de Barcelona.

_Gabriel Virgilio Luciani, Bellas Artes en Escola Massana Centro de Arte y Diseño.

_Jean Monnin, Ingeniería Informática en la Universidad de Barcelona.

_Hugo Riera, Comunicación Audiovisual, Ramón Llull Blanquerna.

 

Antes de empezar, y para conocernos un poco, por qué decidisteis estudiar la carrera que ahora estáis cursando? ¿Qué os empujó a elegir esta y no otra? ¿Pensasteis más en las salidas profesionales o en aquellos que os gustaba?

 

Gabriel: Siempre tuve claro que quería estudiar Bellas Artes. Aunque ahora me considero “comisario de exposiciones”, en ese momento me definía como “pintor”. Yo entré en la Escuela Massana con cierta naivitée, cierta inocencia. Quería afinar mis herramientas y buscaba estar en una atmósfera estructurada… pero al final no es lo que me esperaba. En realidad, es importante no quedarse únicamente en lo que te enseñan en las clases, hay que salir, moverse.

 

Hugo: Durante el bachillerato me di cuenta de que no quería estar sentado en una silla haciendo cálculos. Por eso me decidí por una rama mucho más creativa y relacionada con la producción y la cultura como es la Comunicación Audiovisual. Aunque la ciencias son también pueden ser creativas, lo son de otro modo. 

 

Jean: Lo que más me interesaba eran las matemáticas, pero me faltaba encontrarles un sentido, me gustaba mucho más el espíritu que tienen las matemáticas discretas, que sirven para pensar y comprender las cosas que están pasando. Por ejemplo, ¿porqué un número es par o impar? Me interesaba el aspecto lógico que hay detrás de las ciencias. Si los ingenieros informáticos fallamos un cálculo no se cae un edificio, eso nos da mucha más libertad para experimentar… También acabé el conservatorio, pero la carrera musical requiere mucho sacrificio, mucho estudio, mucha dedicación.

 

Marina: Mi caso es parecido. De siempre he hecho teatro, pero el mundo escénico tiene un punto de competitividad que no me acaba de convencer. Así que preferí dejarlo como “hobby”. Entonces pensé: me gusta viajar, me gustan las lenguas… Y me decidí por turismo.

 

Todos decidisteis más por pasión que en vistas al futuro, entonces, ¿creéis que que nos guste el trabajo es una condición sine qua non, un imperativo vital? Parece que las nuevas generaciones cada vez dan más importancia a encontrar el placer en todo, también en el trabajo. Es algo que nuestros abuelos la mayoría de las veces ni siquiera ponían en la ecuación. El trabajo era el sustento, era la fuente de ingresos, te podía gustar más o menos pero eso era una cuestión secundaria…

Marina: Depende también de situación familiar de cada uno. Hay quien tiene más libertad para elegir aquello que le gusta y quien se ve más acotado por las circunstancias personales.

 

Jean: Como decías, hay que poner en la balanza lo que a uno le gusta y lo que uno cree que le puede dar un “futuro mejor”. 

 

Hugo: Creo que ahora escogemos la carrera sin pensar en el mañana, en que luego quizá tendremos un trabajo que puede no gustarnos. Pero antes de nada deben cubrirse unas necesidades, hay que buscar el equilibrio…

 

Gabriel: Somos una generación un poco especial. Nuestros padres no tuvieron la oportunidad de elegir, al menos no tanto como nosotros. Mi madre siempre puso por delante la estabilidad económica. No tenemos los mismos miedos, sobretodo en cuanto al dinero. Mi madre ha hecho muchas cosas no por gusto o placer sino por temas pragmáticos. Ha trabajado como consultora de bancos durante toda su vida, allí en Estados Unidos, y lo odia.

 

Se relaciona también con la idea de éxito, vital y profesional, ¿consideramos tan dichoso a alguien que gana mucho dinero como alguien que logra vivir haciendo “lo que le gusta”?

 

Marina: Al final, piensas en tu trabajo ideal: que te encante y que cobres bien… En el turismo por ejemplo, hay la posibilidad de ir escalando. Se empieza desde abajo y poco a poco vas subiendo puestos. Todo depende de la meta que te pongas. Lo que tengo claro es que no quiero empezar con algo que no disfrute. Ahora mismo tengo muchas ofertas para ir a un resort de Puerto Rico o Abu Dhabi, también a China e Índia. Pero ¿como me van a tratar? ¿Cuál es el contrato? ¿Cuáles son las condiciones laborales reales? Hay que valorar aquello que deseas sin olvidar que hay unos mínimos.

 

Hugo: Exacto, antes que aquello que quieres, va aquello que necesitas. Si no logras cubrir lo básico, jamás podrás encontrar placer en el trabajo. El placer es una experiencia que sentimos cuando satisfacemos nuestras necesidades. Por mucho que te guste un trabajo, si no te permite pagar las facturas, jamás lo podrás disfrutar, aunque a otros niveles sea el “trabajo ideal”. Aún así, hay que tener la ambición de buscar el placer en nuestro trabajo. Luego ya veremos que pasa. Como hay tanta incertidumbre, mejor que moverse por lo que a uno le gusta. 

 

Me hace pensar en Slavoj Zizek, el filósofo estrella, cuando habla de la exigencia de experimentar placer, la obligación social de divertirse y mostrar entusiasmo contínuamente, que nos lleva a toda la medicalización de “los tristes”.

 

Jean: Sí, parece que hoy en día no te puedes quejar porque siempre hay quien está peor que tú. El argumento de peso es: “no te quejes que Fulanito está mucho peor que tú”.

 

Marina: Exacto, cuesta reconocer que uno puede estar mal. Cuando alguien te pregunta: “¿Cómo estás?”, automáticamente respondemos: “Bien”, aunque estés pasando un mal momento. Pero es algo de lo que todos somos un poco partícipes, nos cuesta empatizar con “el dolor” del otro. Preferimos no tener que escuchar los problemas de los demás. Y nos obligamos a decir que todo nos va bien.

 

Gabriel: En cambio, en el “mundo del arte”, es más común quejarse, se acepta más la vulnerabilidad. Es otro modo de ver el mundo. Salí con un chico que estudiaba Derecho y era incapaz de aceptar que sentía pena, suprimía siempre el dolor…

 

Hugo: Nos hemos acostumbrado a ver el dolor como un proceso que va por dentro. La alegría sí que la compartimos… aunque siempre con un límite. Si parece que te va “demasiado bien”, surgen las envidias…

 

Por qué, ¿cuál es la antinomia del placer? ¿el dolor? ¿la carencia? ¿la tristeza? El placer debe ir de la mano de su contrario para que lo apreciemos más? 

 

Jean: Exacto, hay una condición de situación que permite que el placer que se produce luego de una falta sea aún más intenso. El placer es más grande cuanto más te cuesta o más difícil es conseguirlo.

 

Y, ¿creéis que nuestra capacidad por experimentar placer es algo absolutamente  individual o hay un componente cultural decisivo?  

 

Jean: A nivel cultural, lo que se entiende por placentero suele ser muy homogéneo, muy estandarizado. Dentro de las diferencias materiales que pueda haber, socialmente suele ser muy similar. Hay unos modelos de poder que nos dicen que puede ser fuente de placer y qué no.

 

Entonces, ¿el sistema en el que te mueves es el que te da el marco para identificar “lo placentero”?

 

Marina: Está claro que lo que más afecta es la sociedad y la cultura en la que uno vive. La educación es la que nos lleva a buscar placer en unas cosas u otras. El placer se educa, es algo que se puede conducir y reconducir. Algo que para una sociedad es placentero, puede ser nauseabundo para otra. En gastronomía se aprecia muy bien, o en los olores. Es muy difícil apreciar algo que no forma parte de tu forma de vida, de tus costumbres.

 

Gabriel: Hay un placer aprendido. Es similar a lo que decía Bourdieu cuando hablaba del habitus. Hay un sistema de autoperpetuación que hace que todos busquemos modos de experimentar placer muy similares. ¿Por qué Francia, Cataluña o Portugal, por poner algunos ejemplos, tienen cierta idiosincrasia? Porque han seguido unos mismo modelos homogeneizadores, queremos adherirnos a ciertos patrones… 

 

Marina: Aquí también hay peligro de confundir un placer “mediático”, como el que hoy en día podemos ver en Instagram, y los verdaderos placeres, que pueden ser mucho más mundanos, más personales e intransferibles. 

 

De nuevo me viene a la mente Zizek, cuando dice que “no prestamos suficiente atención a lo que nos hace sentir bien porque estamos obsesionados midiendo si tenemos más o menos placer que el resto”.

 

Marina: Son muy importantes los referentes, aquellos en los que nos queremos ver reflejados. Ellos terminan por convertirse en nuestro modelo, en nuestra guía para identificar qué es el placer. Y eso es peligroso porque terminas por identificar el placer a través de lo que los otros consideran placentero.

 

Por otro lado, y también en relación a lo que estamos comentando acerca del “placer aprendido”, no podemos obviar que el placer está también muy ligado a la memoria, por ejemplo los recuerdos de infancia… Nada tiene el mismo gusto que “la comida de la abuela”.

 

Jean: También en los gestos cariñosos. Mimetizamos los gestos que nos hacían nuestros padres. Nos hacen sentir bien y sentimos placer recibiéndolos y reproduciéndolos.

 

Marina: Aunque a veces puede tener un efecto adverso, un muy buen recuerdo puede hacer que nuestras expectativas estén demasiado altas y que luego, si no se cumplen, sintamos frustración o decepción. 

 

Hugo: El placer es algo que siempre pide ser aumentado: necesitamos más para experimentar el mismo grado de satisfacción. Como los ludópatas, que siempre quieren  más para llegar a sentir la misma emoción.

 

Hay un concepto de la generación millennial que a mi me fascina. Es el de Guilty Pleasures, que se usa para designar un placer del que nos sentimos culpables o avergonzados… ¿Por qué a veces el placer va acompañado de cierto pudor o vergüenza?

 

Gabriel: Está muy ligado a la idea de fetiche, a eso que en cierto modo te excita y no sabes porqué, a veces puede también ser algo que has reprimido durante tiempo. Además nos da apuro reconocer que nos gustan cosas que no están reconocidas socialmente. Por eso, el espectáculo mainstream, el entretenimiento puro, pueden ser grandes fuentes de placer culpable. Pero al final, el verdadero placer tiene sobretodo que ver con la aceptación de uno mismo.

 

Hugo: Hay placeres que no te gusta compartir y que hasta se disfrutan más en soledad.

 

Porqué, llevándolo al terreno más personal, ¿cuál sería para vosotros la imagen mental del placer?

 

Hugo: junio, he terminado exámenes, una terraza con amigos, sin estar pendiente del reloj…

 

Marina: los besos de mi madre en la nariz, me hacen sentir en casa; o el silencio compartido en un largo trayecto en tren.

 

Gabriel: el amor: conectar con alguien hasta perder la noción del tiempo.

Jean: Para mi la imagen del placer se sintetiza en un viaje a Amsterdam que hice con unos amigos. Me vino a la cabeza la frase “no camino sin rumbo porqué estoy perdido sino que camino con rumbo porque sé que no estoy perdido. Creo que representa muy bien ese placer de estar a gusto con los tuyos, de permitirse perder el tiempo y vivir el momento presente.

 

Al final, compartís una visión muy epicúrea del placer, esa idea de placer entendido como ausencia  total de negatividad, de dolor y desasosiego, un placer que busca la serenidad y la tranquilidad, el camino a la ataraxia, “ese estado de supresión del sufrimiento del cuerpo, este estado de equilibrio, abre a la conciencia un sentimiento global, cenestésico, de la propia existencia”.