Gracias a la inteligencia artificial estamos viviendo un cambio de paradigma que nos abre hacia un nuevo zeitgeist. Podemos hablar de una auténtica revolución en el campo de la computación, la informática y la cibernética sin dudas parangonable a la Revolución científica del siglo XVII. En los últimos años, los avances conseguidos en el campo de la inteligencia artificial han fagocitado un cambio social, cultural y tecnológico que ha convertido al humano y a la maquina en compañeros. Se establece una relación de camaradería que genera un intercambio recíproco. Nosotras enseñamos a las máquinas para que luego ellas nos enseñen a nosostras. Win-win.
Al imbricarse con la práctica artística, la inteligencia artificial nos ofrece un nuevo modo de acercarnos a la creación visual, nos da pistas sobre nuestra relación emocional y perceptiva con el mundo y la realidad. Experimentar y trabajar con redes neuronales artificiales nos descubre acerca de nuestro modo de aprendizaje y nuestra manera de comunicar.
El arte que corresponde a una era post-humana es entonces un arte híbrido, colectivo, rizomático, algorítmico, interdependiente, un arte ante todo no antropocéntrico. El giro fundamental que se ha dado en estos últimos años es que, si bien en arte, se había intentado imitar «el ojo humano», ahora, gracias a la IA, el arte puede imitar al cerebro humano. La máquina tiene ahora autonomía, puede aprender y, a diferencia de los humanos, la cantidad de información que puede procesar y la velocidad a la que puede hacerlo es infinitamente mayor. Entramos en una nueva era alejada del arte retiniano para abrirnos de pleno a un arte mental y procesal.
Pese a todo, la inteligencia artificial sigue despertando suspicacias. Por un lado, sigue latente una visión antitecnológica del arte. De este modo, persiste todavía una corriente que ve en el uso de ciertas herramientas una falta que viene a suplir alguna carencia del artista, algo parecido al gayato que ayuda al anciano o las gafas de las que se sirve el miope. El artista genio, en cambio, no requiere de utensilios sofisticados. Se basta con sus manos y poco más.
Por otro lado, la inteligencia artificial choca con cierto temor a la máquina. Una visión distópica ha considerado la máquina humanoide – androides, replicantes, robots, cyborgs…- como un futurible enemigo. La Inteligencia Artificial es el Golem contemporáneo que se percibe como amenaza potencial. Una especie de robofobia que grita: ¡Vigilen con las máquinas!, si las siguen perfeccionando y acercando a lo humano, llegará un día en que se rebelen.
Claro está que debemos librarnos de narrativas paranoides que entienden la tecnología como una amenaza latente que debe ser controlada. Lo cierto es que lo humano y lo maquínico son inseparables Como explica Vilém Flusser, «las herramientas son extensiones de los órganos humanos». Máquinas y artefactos vienen a sustituir, completar o extender la mecánica del cuerpo humano y nos permiten desarrollar actividades que sin ellas sería imposible. Si la tecnología nos constituye como humanos, la tecnología de un momento histórico concreto es lo que nos constituye como humanos de «nuestro tiempo». Sin un pincel jamás se hubiera podido pintar La Capilla Sixtina, pero tampoco sin unos conocimientos de perspectiva acompañados de un seguido de aparatos más o menos complejos que permitieron ponerlos en práctica.
La historia del arte está conectada a las capacidades tecnológicas de un momento concreto y su evolución ligada a la aparición de unas herramientas concretas. La tecnología constriñe y/o expande las posibilidades del campo artístico, define parte del proceso creativo y afecta directamente al modo en como este es creado, percibido y comprendido. Si durante siglos el arte puso todo su empeño en replicar el ojo humano (la cámara oscura, la fotografía, el cine), ahora, con la aparición y paulatina expansión de la Inteligencia Artificial, puede imitar el cerebro. En palabras de Donna Haraway, «las máquinas de fines del siglo XX han hecho ambigua la diferencia entre lo natural y lo artificial, la mente y el cuerpo, el autodesarrollo y el diseño externo, y muchas otras distinciones que solían aplicarse a organismos y máquinas»[3].
La Inteligencia Artificial despliega un horizonte de posibilidades hasta ahora impensable. El humano ha dejado de estar en el centro para convertirse en un elemento más de una red compleja. El artista deviene un agente ejecutor que se involucra en el proceso pero que no puede controlar el resultado.
Cuando la mirada artística y la mirada algorítmica se encuentran, empezamos a pensar plásticamente la ciencia y pensar científicamente el arte. La alianza entre arte e inteligencia artificial nos permite reimaginar y repensar el mundo. Debemos fomentar los nodos de colaboración porque puede que la Inteligencia Artificial sea todo aquello que está todavía por hacer.