Texto para Guim Tió Zarraluki con motivo de su participación de en la Feria Art Madrid’18 con la Galeria Yiri Arts de Taiwán.
Volver de México y dejarlo todo atrás.
Con la delicadeza de Alex Katz, los colores de Gauguin y la vitalidad de Hockney, Guim Tió emprende un nuevo camino de ida sin vuelta que corre hacia delante, hacia arriba, hacia el futuro…
Si sus últimos retratos fueron un ejercicio de memoria, los nuevos paisajes parecen pensar en ese mañana que pronto será hoy. Antes se preguntaba, ¿De dónde venimos? Ahora quiere saber, ¿Hacia dónde nos movemos? Por eso los personajes ya ni recuerdan ni olvidan sino que contemplan e imaginan. Sus pinturas son una bocanada de aire puro. Nos obligan a detenernos un instante y abandonar la velocidad de nuestro día a día. El regalo más bonito en un mundo supersónico es el lujo de la pausa.
Como en los cuadros de Friedrich, los protagonistas aparecen de espaldas para colocarnos ante una naturaleza inconmensurable que nos evoca todas y cada una de las grandes preguntas. Equilibrio perfecto entre la tensión y la calma, la pulsión introspectiva de las escenas se tiñe sobre los lienzos de Tió de tonos vibrantes: suelos amarillo limón, cumbres doradas o cielos asalmonados nos seducen igual que la flor carmesí que crece entre la hierba.
El poeta Wallace Stevens solía decir que “no siempre es fácil notar la diferencia entre pensar y mirar por la ventana”. Vermeer, Dalí o Hopper amaron las ventanas. También Alfred Hitchcock y Helmut Newton. Abertura que a menudo se convierte en espejo para que podamos vernos a nosotros mismos, para Guim Tió es ese lugar solitario desde donde observar la humildad de la nieve, el agua y el humo.
Guim Tió es el viajero observador, quien sufre síndrome de Stendhal no al entrar en una catedral sino ante una ladera. El horizonte no es ya una línea recta sino una retahíla de pirámides, triángulo siempre sagrado. «No me agradan las llanuras en donde no puedo permanecer tranquilo, por ello mi destino será siempre un viaje y una ascensión» escribió Nietzsche. La tierra es entonces el punto de partida de un camino ascendente que va desde profundidades abisales hasta las cumbres y el cielo. Subir una montaña es mucho más que llegar a la cima. Tomar altura para entender las cosas. Tomar distancia para ver mejor.
Un lago prístino, un campo de centeno, una montaña helada, un avión que rasga el cielo. Volver de México y empezar de cero.