La muestra colectiva New Portraits se enmarca en un ciclo expositivo inaugurado el pasado año con la intención de revisitar los géneros tradicionales de la pintura a través de una mirada contemporánea. El retrato es ahora el protagonista, tomando el relevo de la pintura de paisaje -abordado en Nuevos Paisajes- y del bodegón –Floralia. La exposición tendrá lugar en la sede de Josep Bertrand 3, en el Turó Park y se podrá visitar del 15 de febrero al 22 de marzo de 2024.
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Kora se ha despertado. Una vela ilumina intermitentemente el rostro de su amado. Ella observa la sombra titilante de su perfil, consciente de que antes del amanecer él partirá lejos de Corinto. Desea retenerlo, si no a él, a algo que le pertenezca. Entonces, toma un pintalabios, o tal vez un carboncillo, y dibuja la silueta que él proyecta en la pared. Con ese gesto, Kora atrapa esa última noche, ese instante antes de la despedida. ¿Lo volverá a ver? Solo el destino lo sabe. Según cuenta el escritor romano Plinio el Viejo en su obra «Historia Natural» así fue como surgió la primera pintura de la historia de la humanidad. Retratar fue el nacimiento del arte. Con su leyenda, Plinio nos habla de la particular relación del retrato con el amor y la pérdida, con las sombras y la noche. No fue en la rigidez y planitud de un espejo sino en la vaporosidad de una lumbre.
Hay una pulsión innata que nos lleva a dibujar rostros. De pequeños dibujamos incansablemente a nuestra familia y amigos. Parece a veces un ejercicio mnemotécnico destinado a que no olvidemos sus caras. Ser retratada es un homenaje, un honor que nos sitúa como seres dignos de ser recordados. Del mismo modo que el emperador Augusto quiso que hubiera un retrato suyo en todos los confines de su territorio, distribuimos las imágenes de nuestros seres queridos como forma de rendir culto y honor. No hace falta entrar en detalles para que el dibujo logre parecerse al retratado, bastan un par de pistas para que rápidamente adivinemos quienes son. Las grandes gafas de Pedro, el sombrero de paja que lleva el abuelo en verano, la trenza a un lado de Lucía… Juan Narowé recurre a ese isomorfismo infantil en lo que podría ser un anuario repleto de antiguos compañeros de clase a los que no quiere olvidar. Con un lenguaje formal sencillo y casi infantil el artista brasileño crea palimpsestos que exploran la dualidad entre lo antiguo y lo nuevo. Otras veces, retratar se asemeja a un ritual de invocación. Repetimos una y otra vez los mismos rasgos, la iteración es un mantra con el que otorgamos al mundo nuestra visión: mamá grande, papá vuela, yo en el centro. La obra de Mike Swaney mezcla esa espontaneidad infantil con la influencia artística de figuras como Paul Klee o Jean Dubuffet. Inspirándose también en corrientes no académicas, sus dibujos rebosan de personajes que parecen salidos de un programa de televisión infantil. Mediante un juego ingenioso de fragmentos y fractales, donde los rostros se entrelazan unos dentro de otros, Swaney crea una alegoría de nuestro yo presente.
Una redonda circunda dos puntos y una raya. Dibujar rostros es también un divertimento, un fin en sí mismo. Gabrielle Graessle, artista nacida en Zurich, describe su proceso creativo como una expresión intuitiva, siempre guiada por lo que capta su interés, «pinto todo lo que me rodea, lo que veo», a veces sin una idea preconcebida, permitiendo que la obra tome forma por sí misma. Caracterizadas por una colorida y evanescente figuración de estética kitsch, sus pinturas, predominantemente de gran formato y ejecutadas con acrílico, spray y a veces purpurina, reflejan la libertad y la espontaneidad del proceso creativo. Las caras de grandes ojos de André Butzer, uno de los pintores más relevantes de las últimas décadas, logran fusionar de manera personal el expresionismo europeo con la cultura popular estadounidense, creando lo que él describe como un «expresionismo de ciencia ficción» con el que busca “transformar el pasado en futuro, en términos ópticos”. En sus dibujos, David Shrigley, artista británico de renombre internacional, imagen y texto se entretejen para dar lugar a obras absolutamente contemporáneas cargadas de mordacidad.
Si hay algún movimiento que mantenga la actitud desacomplejada de nuestros primeros años de vida, este es el punk. Irreverentes, inconscientes, independientes. Kottie Paloma, nacido en la California de los setenta, creció inmerso en la vibrante escena contracultural, skater y surfera. Sus primeros pasos en el mundo del arte estuvieron marcados por un estilo de vida autoproclamado como arriesgado que lo llevó a usar materiales extra-artísticos como pintura doméstica y papel de carnicero. De aquí esa sensación de desorden, anarquía y rebelión que irradian sus pinturas bicromas. “Me gusta la idea del arte que parece haber ido a la batalla o arrastrado por el barro. (…) Durante veinte años me he inspirado en ideas oscuras o tragedias para convertirlas en algo cómico, tonto o sarcástico”, explica Paloma. Lo underground parece colindar con lo arcaico. Jaume Plensa presenta un enorme dibujo de reminiscencias románicas y tintes expresionistas. Marcel Dzama encuentra su inspiración en el folclore vernáculo, el cine surrealista, la fantasía dadaísta y la agit prop para dar vida a figuras y escenarios de otro mundo que evocan la esencia de los cuentos de hadas, las narrativas alternativas o la iconografía religiosa. De modo similar, Los Bravú (Dea Gómez y Diego Omil), palabra gallega utilizada para referirse al olor animal, superponen conejitos y ovejitas de trazos negros a figuras cálidas de corte clásico.
La relación entre fotografía y pintura es tan compleja como fructífera. Lo mismo se aman que se odian, lo mismo quieren independizarse que buscan confundirse. Parece una foto. El hiperrealismo de Iván Franco se cuestiona lo real a partir de la contradicción que surge cuando presenciamos algo que no está delante de nosotros, “me fascina cómo nuestra percepción consciente tan fácilmente el engaño visual, cómo percibimos presencia en las imágenes con relativa facilidad donde solo hay ausencia”. Con sus obras, Franco no pretende hacer gala de un virtuosismo pictórico, sino que como espectadores nos obliga a explorar las interferencias entre referente y representación, en un juego de simulacros que lo acerca a artistas como Gerard Richter, René Magritte y Joseph Kosuth. Parece una pintura. Rala Choi forma parte de una generación que empuja los límites de la fotografía. Su obra, inspira en artistas coreanos como Whanki Kim y Kyung-ja Chun, y en iconos franceses como Eugène Delacroix, Gustave Moreau y Marcel Duchamp crea representaciones expresivas de nuestro mundo interior y de nuestras relaciones, «el tema son siempre los sentimientos humanos. Me centro en expresar mis pensamientos más que en entender al espectador a través de la obra». Susy Gomez saca el mejor partido de ambas a través de imágenes recortadas que amplía e interviene.
¿Quién no ha forrado alguna vez una carpeta con las fotos de sus ídolos? Los rostros de cantantes, actores y actrices y deportistas han acaparado portadas, marquesinas y anuncios de televisión. A principios de la década de 1960, Alex Katz, influido por el cine, la televisión y los carteles publicitarios, Katz empezó a pintar cuadros a gran escala, a menudo con rostros dramáticamente recortados y cuerpos en escorzo. Retrató a pintores, poetas, críticos y otros colegas que le rodeaban. La artista barcelonesa Carlota Guerrero saltó a la fama luego de su colaboración con la cantante Solange Knowles, hermana de Beyoncé. Desde entonces ha trabajado para Dior, Givenchy o Mugler y para artistas como Rosalía o Rupi Kaur. Sus retratos destacan por presentar una mundo femenino empoderado cargado de potencia y sensualidad. Para Sergio Mora, “ Jesucristo es el mayor icono pop de la historia y también de la historia del arte”. Este pintor, ilustrador e historietista ganador de un Latin Grammy al mejor diseño se inspira en la cultura mainstream – juegos y juguetes, televisión, rock, pop, ciencia ficción- para crear paisajes siderales de alto contraste donde todos conviven en armonía. Xevi Solà juega con la dualidad de unos personajes de extraña belleza que posan con la seguridad y templanza de una celebrity.
Cercanos a la pintura metafísica, algunos artistas incorporan elementos simbólicos, perspectivas inusuales y una atención cuidadosa a la luz y la composición para expresar lo intangible, lo onírico o lo subjetivo. Para Gema Quiles, “Todo comienza con la idea de mirar lo que se esconde tras los árboles. De este modo, su obra da forma a un espacio de evasión, unos espacios personales que funcionan como refugio, real y metafórico. Su trabajo se convierte así en un viaje, no solo a través de la realidad tangible, sino también a través de los rincones más íntimos de la imaginación, donde la naturaleza es un medio para expresar la complejidad de las experiencias humanas. Las obras de Manuel Stehli rechazan ser ubicadas en un espacio y momento específicos. Imágenes de otro tiempo y de ningún tiempo. De un lugar o de cualquier lugar. Hay una peculiar sensación liminar en esos personajes sin rostro. En un ejercicio de alteraciones semejante, Cesc Abad nos presenta a un curioso ser de cráneo cuadriforme, un cabeza-cuadrada, imagen alegórica de quien se aferra a sus pensamientos pese a todo. En sus pinturas, Moritz Moll explora los espacios intermedios de lo cotidiano, momentos íntimos de no ser observado, de alejamiento, de concentración. Mediante el uso de óleos y acrílicos sobre lienzo, el artista capta la intimidad de lo mundano. Sus obras transportan al espectador a ensoñaciones tranquilas pero vibrantes.
La antigua medicina griega consideraba a la melancolía una condición privilegiada, propia de artistas y filósofos que encontraban inspiración en la introspección, la contemplación de la vida y la conexión emocional con experiencias pasadas. Kim Simonsson combina lo inocente con una extraña tristeza encantada que nos conecta con algún lugar mágico de nuestra propia psique. En su trabajo, Johanna Bath, trata sobre el tiempo, su paso, la fugacidad de un momento y el impacto que la memoria tiene en nosotros como seres humanos, “me interesa encontrar un lenguaje visual para abordar la pérdida del presente en un momento dado, cómo se almacenan los recuerdos en nuestra conciencia, cómo recordamos ciertos momentos y por qué”. Las chicas taciturnas que aparecen en los cuadros Camilla Mihkelsoo parecen perdidas en sus propios pensamientos, oscilando entre la presencia y la ausencia, como si estuvieran a la espera de que algo suceda. Quizá, porqué como fabuló Plinio, el origen del retrato fue el amor. No un amor cualquiera, el amor que sabemos que partirá.